EL ESTRÉS, UNA CUESTIÓN DE TIEMPO

Psic. Gabriela del Bosque
Corrección de estilo: Anna Andrade
Corrección de estilo: Anna Andrade
El estrés, como respuesta física o mental ante una situación de amenaza o desafío, tiene una función natural que nos ayuda a activarnos para dar respuesta a algo. Genera la descarga de una serie de hormonas, entre ellas cortisol y adrenalina, que producen cambios en el funcionamiento de nuestro organismo y, en cantidades excesivas, pueden dañar seriamente la salud.
La gran mayoría de nosotros sabemos esto, pero no estoy convencida de que lo estemos comprendiendo a profundidad. Como profesional de la salud psicológica y emocional, he sido testigo del fuerte desgaste que permitimos y asumimos como parte “natural” de nuestro día a día.
El ritmo de vida con sus exigencias de rendimiento, calidad, y productividad constantes, se nota en cada una de nuestras actividades. Hemos caído en la madriguera del conejo de Alicia en el País de las Maravillas, y entrado en un mundo de absurdos y paradojas lógicas. Vamos con prisa y presionados, buscando disfrutar de la vida.
Entre muchos otros factores generadores de estrés, sufrimos lo que Dossey (1982) denominó la enfermedad del tiempo. Sobre el tiempo y su relación con el estrés me centraré en esta ocasión. Creemos que el tiempo se nos está escapando, que nunca hay suficiente. El tiempo lineal occidental avanza sin miramientos ni piedad, forzándonos a ir de prisa y en modo multi-tareas. El culto a la velocidad es parte de esta exigencia de productividad activada socialmente que nos empuja con hilos casi invisibles.
Cuando vamos apresurados por la vida, como alguna vez escuché decir a un maestro, pasamos por la autopista de la vida sin visitar los poblados aledaños. Avanzamos tan rápidamente que nos perdemos de la cercanía con las personas, la calidez de los encuentros, lo inquietante de algunas miradas desconocidas, los olores, los sonidos; vamos a tal velocidad que se adormecen nuestros sentidos, no hay tiempo para sentir la vida.
Anestesiarnos y no reconocer los efectos del estrés en nuestro cuerpo es la respuesta que aprendimos para lograr satisfacer nuestra anhelada demanda de productividad.
Una gran mayoría recurrimos a soluciones como tomar vitaminas, pastillas para dormir mejor, cambios en la dieta, hacer ejercicio, que aunque sean benéficas para nuestro organismo continúan enfocadas en elevar nuestro tan sobrevalorado deseo de eficacia. Formando una extensión del túnel de la madriguera del conejo de Alicia; llevándonos al sinsentido.
¿Qué podemos hacer?
Sentir, salir de la anestesia. Necesitamos reconectarnos con nuestro cuerpo, sentir la fatiga, la tensión en la espalda, la aceleración de nuestro ritmo cardíaco, la acidez en el estómago, los dolores de cabeza y observar cómo forman de parte de nuestro estar irritables, impacientes, agobiados, con problemas de memoria y en un estado de aceleración e inquietud constante. Hace falta sentir los síntomas del estrés, salir de la anestesia y atender el fondo sin buscar remedios paradójicos.
Cambiar nuestra relación con el tiempo. Salgamos de la sensación de escasez de tiempo y su concepción lineal. Algunas culturas como la hindú o budista consideran al tiempo como un recurso cíclico e inagotable: el eterno presente. Requerimos darnos cuenta de que mientras estemos vivos de las pocas cosas que intrínsecamente disponemos es de tiempo. Aprendamos a percibirlo como un recurso físicamente inagotable.
Respiremos. Nuestra respiración despierta nuestros sentidos y oxigena nuestras células. Cultivar el entrar en contacto con nuestra respiración puede traer muchos beneficios a nuestra salud física y mental. La respiración es una vía a la desaceleración interna y a entrar en contacto con nuestro cuerpo.
No es fácil ni simple, mi invitación es a romper paradigmas, descubrir nuevas veredas y bajar de la autopista. Atrevernos a experimentar la vida a nuestro propio ritmo, relacionarnos con el tiempo como algo orgánico e inherente a nuestro existir, contactar con nuestras sensaciones y con los estímulos que nos regala el entorno.
En mi búsqueda por descubrir herramientas internas para desarrollar habilidades que me faciliten romper la inercia social de alto rendimiento encontré un movimiento, transgresor y a la vez liberador, que continúo asimilando e integrando a mi experiencia. El movimiento slow es una corriente cultural que promueve una vida más saludable y plena y que nos invita a luchar por el derecho a establecer nuestros propios tiempos.
Adentrarnos en este nuevo paradigma precisa reflexionar sobre la polaridad rapidez-lentitud como filosofías de vida. Lo rápido es generalmente asociado a lo óptimo y la lentitud como una dificultad o debilidad. Son conceptos cargados de significados que hemos rigidizado y polarizado.
La mayoría de nosotros llevamos toda una vida viviendo tratando de ser cada vez más rápidos, crecimos en un mundo que ha recompensado nuestros esfuerzos por alejarnos de la lentitud. Pero a algunos nos llega un momento en que la aceleración alcanza la máxima intensidad que podemos soportar y necesitamos desacelerar. No sabemos desacelerar. ¿Cómo hacerlo sin caer en la temida y deplorable imagen de nosotros mismos como seres “en dificultad” o “débiles”?
Si escuchamos y sentimos los efectos del estrés en nuestro cuerpo es evidente que estamos luchando, bajo amenaza constante, estamos experimentando una gran dificultad para seguir con el acelerado ritmo de demandas sociales y tememos contactar con nuestra aparente ineptitud o incapacidad.
Abrazar la lentitud no significa volvernos irresponsables ni improductivos. No se trata de “salir del sistema” de manera destructiva sino constructiva. El reto es desarrollar la capacidad de encontrar el tiempo justo para cada momento, ser conscientes de cómo nos presiona o estimula el tiempo, generar un equilibrio interno a través del movimiento de nuestra percepción sobre el concepto que hemos construido sobre el tiempo.
Al flexibilizarnos, nos permitimos tanto la rapidez como la lentitud en nuestro estar. Romper con las exigencias sociales nos permite activar nuestra capacidad de regulación organísmica (he hablado de ella en otros blogs), es decir la capacidad del individuo de regularse a sí mismo contactando con sus necesidades genuinas y con su entorno para buscar soluciones viables que permitan su crecimiento.
Usemos la rapidez para atender emergencias o situaciones en las que disponemos de tiempos límite para que nos permita continuar siendo funcionales y a la vez cultivemos la lentitud como el estado interno que nos permite sentir y contactar a profundidad con nuestro entorno.
Necesitamos desarrollar lentitud interior para disfrutar la vida. La amistad, los vínculos, el arte, la apreciación, el desarrollo, el crecimiento y la evolución, entre otros, son procesos humanos que requieren tiempo.
Ser lentos también puede significar tener cuidado, poner atención, usar la concentración, el detalle, la precisión y el disfrute en nuestro hacer. La lentitud interna también nos puede brindar una nueva forma de sentirnos satisfechos, orgullosos y triunfadores en la vida.
“Si tus ojos están cegados con tus preocupaciones, entonces no podrás ver la belleza del atardecer” Jiddu Krishnamurti
Lecturas referentes y recomendadas:
Elogio a la lentitud de Carl Honoré
Ponte en contacto.
6 respuestas
Al ir de prisa nuestra presencia pierde arraigo. La invitación sería entonces a bajar el ritmo, arragairnos en el cuerpo y nutrir nuestros encuentros con los otros. El contacto humano nos puede sacar del ritmo acelerado generador de estrés.
Gracias a mi colega y gran amiga Carmen Isea por acompañarme en esta reflexión.
Carmen, me haces recordar que cuanto más nutritiva es la presencia de los otros, más nos invita a bajar de la autopista y disfrutar de los pequeños momentos.
Muchas veces podemos sentir culpa de ir lento, como dices, nuestra cultura que promueve la rapidez, el no parar ver y disfrutar el camino. Gracias por recordarnos la importancia de respirar, de parar y prestarnos atención 🙂
Gracias a ti Tere, por acompañarme y estar cerca de mi camino aún en la distancia 🙂
Excelente, aprendí algo nuevo respecto a un nuevo observador de mi tiempo y el sentir el no es suficiente. gracias
Así es, necesitamos desacelerar para sentir la vida. Gracias por compartirlo Mayra.Un abrazo!